Yuko Sugimoto tardó tres días en llegar al jardín donde había visto por última vez a Raito |
Yuko Sugimoto amaba el mar. Pero lleva un año sin volver a él, pues le duele demasiado el recuerdo de aquel viernes en que el océano se tragó su casa, su calle, su ciudad y -como había llegado a creerlo- también a su hijo Raito, de 5 años. Entonces, la joven se convirtió en el rostro del tsunami que sacudió a Japón el año pasado. Una foto que dio la vuelta al mundo muestra a la madre, de 29 años, envuelta en una cobija y parada frente a una pila de escombros, madera y restos de carros y casas. Su mirada va más allá del lente del fotógrafo, pues transmite desesperación y está fija en algo que el espectador no percibe: el jardín infantil de Raito en el pueblo de Ishinomaki.
La imagen es del 13 de marzo de 2011. Dos días antes, un temblor en las profundidades del océano Pacífico había producido una ola gigantesca que destruyó 100.000 viviendas y mató a 20.000 personas. La catástrofe dejó al mundo estupefacto, no solo porque causó en Fukushima uno de los accidentes nucleares más graves de la historia, sino porque le recordó a la humanidad su fragilidad ante los elementos.
Cuando el agua aún cubría la ciudad, Sugimoto creía que su hijo había muerto, pues alguien le había dicho que el mar se había llevado a los niños. Pero al día siguiente, tras 72 horas de buscarlo infatigablemente, ella y su esposo lo encontraron. Como le contó recientemente a la revista alemana Stern, la madre empezó a rastrearlo de inmediato después del terremoto, que con nueve grados en la escala de Richter fue el más grave de la historia del país.
Cuando tembló, a las 2:45 de la tarde, Sugimoto acababa de dejar un domicilio en la casa de un cliente. Ya había vuelto al carro y, aunque sus manos agarraban el volante con terror, lo único en que podía pensar era en Raito, que estaba en el jardín, al otro lado de la ciudad. Apenas terminó de sacudirse la tierra, encendió el motor y arrancó.
El tráfico era un caos, los puentes estaban quebrados y las calles cerradas. Pronto alguien tocó la ventana de su vehículo para advertirle que un tsunami se aproximaba: "¡Bájese y corra!", le gritó el extraño. Pero Sugimoto no se movió y tuvo suerte, pues el agua jamás la alcanzó. Cuando la noche y el frío llegaron, durmió en el auto y, al día siguiente, retomó la búsqueda.
Más tarde se le acabó la gasolina, pero ni siquiera esto la detuvo. Recorrió a pie toda la ciudad hasta llegar al colegio de su hijo. El edificio estaba lleno de agua hasta el segundo piso. Presa del miedo, no se dio cuenta de que un fotógrafo, en ese momento, disparaba el obturador de su cámara.
Pasaron las horas y, junto con su esposo, con quien pronto se reunió, mantuvo la esperanza. Con bicicletas prestadas visitaron todos los puntos de evacuación, hasta que llegaron a uno donde había niños. Y ahí estaba Raito. Un grupo de socorristas lo había rescatado del techo del jardín junto con otros diez pequeños. Le revisó brazos, manos, piernas y pies para asegurarse de que estaba bien. "Cuando lo encontré, yo lloraba tanto que tenía la vista nublada", dijo la madre en una entrevista.
Yuko Sugimoto se ha convertido en el ícono del tsunami de Japón. No solo por su trauma, sino también por superarlo, aunque todavía esté lejos de la normalidad. Fuma el doble que antes del terremoto, renunció a su trabajo y sigue preocupada por su hijo. Cuando suenan sirenas, Raito vomita de miedo.
El periodista alemán Janis Vougioukas ha acompañado a Sugimoto y su hijo al jardín y al lugar de la foto. "Hace un año, ella escuchaba gritos de otra gente del pueblo que buscaba a sus esposos, padres e hijos. Cuando regresó, volvió el miedo", dijo Vougioukas a SEMANA. Ahora, un año después de la pesadilla, Sugimoto, que ha vivido en Ishinomaki toda la vida, clama: "Quiero quedarme aquí, pero lejos del océano".
Cuando el agua aún cubría la ciudad, Sugimoto creía que su hijo había muerto, pues alguien le había dicho que el mar se había llevado a los niños. Pero al día siguiente, tras 72 horas de buscarlo infatigablemente, ella y su esposo lo encontraron. Como le contó recientemente a la revista alemana Stern, la madre empezó a rastrearlo de inmediato después del terremoto, que con nueve grados en la escala de Richter fue el más grave de la historia del país.
Cuando tembló, a las 2:45 de la tarde, Sugimoto acababa de dejar un domicilio en la casa de un cliente. Ya había vuelto al carro y, aunque sus manos agarraban el volante con terror, lo único en que podía pensar era en Raito, que estaba en el jardín, al otro lado de la ciudad. Apenas terminó de sacudirse la tierra, encendió el motor y arrancó.
El tráfico era un caos, los puentes estaban quebrados y las calles cerradas. Pronto alguien tocó la ventana de su vehículo para advertirle que un tsunami se aproximaba: "¡Bájese y corra!", le gritó el extraño. Pero Sugimoto no se movió y tuvo suerte, pues el agua jamás la alcanzó. Cuando la noche y el frío llegaron, durmió en el auto y, al día siguiente, retomó la búsqueda.
Más tarde se le acabó la gasolina, pero ni siquiera esto la detuvo. Recorrió a pie toda la ciudad hasta llegar al colegio de su hijo. El edificio estaba lleno de agua hasta el segundo piso. Presa del miedo, no se dio cuenta de que un fotógrafo, en ese momento, disparaba el obturador de su cámara.
Pasaron las horas y, junto con su esposo, con quien pronto se reunió, mantuvo la esperanza. Con bicicletas prestadas visitaron todos los puntos de evacuación, hasta que llegaron a uno donde había niños. Y ahí estaba Raito. Un grupo de socorristas lo había rescatado del techo del jardín junto con otros diez pequeños. Le revisó brazos, manos, piernas y pies para asegurarse de que estaba bien. "Cuando lo encontré, yo lloraba tanto que tenía la vista nublada", dijo la madre en una entrevista.
Yuko Sugimoto se ha convertido en el ícono del tsunami de Japón. No solo por su trauma, sino también por superarlo, aunque todavía esté lejos de la normalidad. Fuma el doble que antes del terremoto, renunció a su trabajo y sigue preocupada por su hijo. Cuando suenan sirenas, Raito vomita de miedo.
El periodista alemán Janis Vougioukas ha acompañado a Sugimoto y su hijo al jardín y al lugar de la foto. "Hace un año, ella escuchaba gritos de otra gente del pueblo que buscaba a sus esposos, padres e hijos. Cuando regresó, volvió el miedo", dijo Vougioukas a SEMANA. Ahora, un año después de la pesadilla, Sugimoto, que ha vivido en Ishinomaki toda la vida, clama: "Quiero quedarme aquí, pero lejos del océano".
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